Si hacemos lo mismo, de la misma forma, terminaremos acostumbrándonos a ello y miraremos las cosas de esa manera específica. Solo nos daremos cuenta cuando tengamos la experiencia de vivir de una forma diferente. Requerimos un cambio cualitativo en nuestro modo de pensar para ver más claramente y buscar otro camino hacia la felicidad.
Cuando vamos por primera vez con un oftalmólogo y suple con un aumento en la graduación de los cristales la falta de nitidez con la cual percibimos, nos damos cuenta de que no veíamos adecuadamente. La impresión que nos causa el ver bien, con la ayuda de los cristales idóneos, es tan notoria que decidimos usar lentes y mejorar nuestra visión. Sucede que cuando nos habituamos a buscar la felicidad en el alcohol, el dinero, las drogas, el Internet o el exceso de comida, no podemos ver ni discernir apropiadamente. Estamos confundidos, nos falta nitidez.
Si aclaramos nuestra visión y vivimos experiencias más profundamente satisfactorias, podremos comparar e intentar cambiar nuestra vida. Solo así, teniendo otras experiencias, nos percataremos de que existe otro tipo de riqueza que no es material y otra forma de usar el tiempo que no nos daña, sino que nos beneficia. Es una riqueza que nos libera de la tristeza, el miedo, el estrés, la envidia, el desprecio, la ira, las presiones, la discriminación, la guerra y la ignorancia.
Vivir la vida con profundidad, proponernos mejores formas de hacerlo, buscar tiempo para dedicarnos a lo importante y a las personas que amamos da sentido a nuestra existencia. La posibilidad de transformar, de cambiar nuestros hábitos perniciosos, miedo, ansiedad, tristeza, enojo e ignorancia nos acerca a la posibilidad de tener una vida con más sentido. Richard Layard, fundador del centro más importante de investigación económica de Europa, dice que las tres cosas que nos dan más felicidad son: nuestras relaciones íntimas, socializar con amigos y parientes e interiorizar. En otras palabras, somos mejores personas cuando damos y recibimos afecto y tenemos tiempo para pensar. Aún mejor, cuando pensamos bien y somos amorosos y compasivos.
Si después de muchos años de trabajo una persona logra ser rica, culta, influyente, famosa o poderosa (y anciana) pero no es realmente feliz, ¿qué sentido tuvo tanto esfuerzo?
No importa si somos pobres, directores de empresa, cineastas, musulmanes, obreros, futbolistas, blancos, escritores, profesionistas, cibernautas, artistas, protestantes, ignorantes o ancianos, todos tenemos la genuina y fuerte necesidad de no sufrir y ser felices. Es sabido que para proporcionar felicidad a los demás, habremos de ser compasivos con nosotros mismos. Pero si en esa búsqueda, por ignorancia, miedo o ambición, emprendemos la carrera de la abundancia material, no tendremos tiempo, y entonces nada tendrá sentido. Cuando somos conscientes, estables, amorosos y alegres, damos lo mejor y las personas que nos rodean también obtienen beneficios de ello.
Seamos conscientes de no dañar nuestro cuerpo, pero también nuestra mente necesita mayor atención. Si para mantener saludable al organismo le dedicamos tantas horas diarias a dormir, comer, bañarnos, hacer ejercicio, etc., ¿por qué al desarrollo de nuestra mente atenta no le otorgamos el cuidado y la limpieza diaria que sí le damos, por ejemplo, a nuestro cuerpo, a nuestras manos, a nuestros dientes? ¿Hacia dónde vamos sin una mente clara que nos guíe? ¿Quién tiene el control de tu vida?