No vemos las cosas como son; las vemos como somos. Talmud
Como los seres humanos estamos equipados prácticamente con las mismas capacidades perceptuales, lo que nos diferencia no son los límites de nuestros sentidos. Es, más bien, en qué ponemos nuestra atención, qué consideraciones hacemos de esa pequeñísima parte de la realidad que sí percibimos, qué valoramos.
El cuerpo atiende a aquello que la mente percibe. Muchas de nuestras decisiones están fundamentadas en lo que percibimos, y esto depende de aquello en lo que ponemos nuestra atención y valoramos, o cómo amenaza a nuestros instintos básicos. De ahí que resulte importantísimo para todos los seres humanos el adecuado manejo de la atención en los valores que nos guían. Tenemos que tener cuidado con aquello que apreciamos, porque si apreciamos objetos que no merecen tal aprecio, podemos encontrarnos con problemas.
Con tantos estímulos externos e internos a los que estamos expuestos, la atención está en el pasado y al segundo siguiente en el futuro. Una imagen de Internet o de la infancia se pega a una actual del trabajo, y esta, al recuerdo del rostro angustiado de tu hijo, de un sueño, a una frase que tarareas de una canción de moda o a una ensoñación. De ahí, te vas a las sensaciones de ansiedad y de coraje que experimentaste por un problema que tuviste hace dos días y luego a una escena del último capítulo de la serie de Netflix que viste el día de ayer.
Mientras dormimos, en general, no distinguimos que los contenidos de los sueños son solo eso. Si están cargados de emociones perturbadoras o muy exageradas, como en las pesadillas, dichos contenidos pueden influir, aunque no nos demos cuenta, cuando estamos despiertos.
Con las sensaciones o imaginaciones fantasiosas y placenteras creadas a futuro sucede algo parecido que con los sueños intensos y placenteros. Mientras dormimos, creamos mundos que no existen y que anhelamos vivir. Casi siempre ese tipo de sueños y ensoñaciones tienen la singularidad de desarrollar apego, deseamos que se cumplan. Pueden ser tan gozosas las emociones soñadas, y como la mente no distingue que son sueños mientras suceden, el ego crea fuertes deseos por aquello que imaginamos o soñamos.
A veces realizamos diversos procesos de encadenamientos perceptuales y emocionales perturbadores que provienen de apremiantes estímulos internos y externos, de muy diversos canales sensoriales, de tiempos y contenidos inconexos, como si toda esa revoltura tuviera un orden ¡y no lo tiene! Una mente así no tiene tiempo ni claridad para pensar, no se detiene a descansar. No se detiene despierta ni dormida.
Existen dos fenómenos que todos los días mezclamos: la percepción y valorización del mundo externo y del interno. De los estímulos externos como el dinero, el clima, los virus, las bacterias y los parásitos del ambiente, el tráfico, el ruido, el carácter del jefe, de la pareja, o del vecino, casi no tenemos control. En lo que sí tenemos más injerencia es en cómo se perciben, devaluados o valorados en nuestra mente, el mundo interno y el externo. De eso casi ni nos ocupamos porque desconocemos cabalmente su influencia y sobre todo porque no sabemos cómo lograr que tales percepciones se alineen con lo que realmente es importante.
Nuestra mente se encuentra en el pasado, en aquello que tiene más carga emocional, o está en el futuro inmediato, con imágenes, emociones, diálogos internos que nos angustian o preocupan. Sin embargo, no está en el tiempo presente, en el lugar y momento en el que está sucediendo el ahora. Impulsos, imágenes, emociones y diálogos internos rondan en la psique mientras la familia, las personas que amamos, la vida y todo lo que nos rodea existe en el presente.
Si lo pensamos un momento, nos daremos cuenta de que ni el pasado ni el futuro existen. El tiempo es un presente continuo, los conceptos, las imágenes pasadas y futuras solo están en nuestra mente. El planeta, nuestro amigo, nosotros mismos, todo siempre, siempre está en el presente. La falta de concentración se debe a que le dedicamos mucho tiempo a repasar imágenes perturbadoras, experiencias que corresponden a situaciones que ya pasaron, o que son producto de un sueño, de una ensoñación, sin base real o que aún no han sucedido. Al actuar así somos como astronautas, pero al revés: ellos duermen en el cielo y cruzan continentes enteros en escasos minutos; nosotros dormimos en la Tierra y cruzan por nuestra mente continentes enteros de ensoñaciones, también en escasos minutos. Ellos utilizan para sobrevivir gruesos trajes espaciales, y nosotros, estorbosos "trajes" mentales innecesarios. Cuando pretenden aflojar un tornillo, son ellos lo que giran; cuando nosotros apretamos un tornillo, somos nosotros los que nos rigidizamos. El espacio exterior que ellos miran, sea en la Tierra de día o de noche, es oscuro e infinito. Nosotros al cerrar los ojos, sobre todo de noche, también miramos un espacio oscuro e infinito: nuestra mente.
Podremos seguir en nuestro camino cuando, como los astronautas, logremos flexibilizarnos y adaptarnos a nuevos contextos, generar en nosotros nuevas perspectivas y aprendamos a distinguir entre aquello con base real y lo que solo es una ensoñación. Lo lograremos cuando nuestra mente sea la que cambie y aprenda y no la Tierra la que tratemos de manipular a nuestro antojo. Cuando podamos ver, como ellos, que todo está interrelacionado, que todos somos una especie, que solo tenemos un hogar, que las diferencias entre nosotros son etiquetas mentales que nos confunden.
Meditémoslo: ¿en qué lugar del planeta existen actualmente las escenas que usted suele repasar en su mente y que tanto le hacen sufrir? ¿En qué casa, en qué parque, en qué escuela de la ciudad está la niña o el niño que ahora es adulto y que se siente solo? ¿En dónde está sucediendo, en este momento, la traición, los celos por los que usted sufre? ¿En dónde están las frases, las ofensas, los gritos y las palabras hirientes que tanto daño nos hicieron? ¿En dónde está todo el dolor que sufrimos en el pasado? ¿En dónde están las imágenes y problemas que nos preocupan y que aún no han sucedido? ¿En dónde habitan las experiencias traumáticas? ¿En qué territorio, en qué lugar de este mundo se esconden el miedo, la ira, la desesperanza, la angustia, la tristeza? ¿En verdad creemos que, al ir a Marte, nuestra mente se liberaría del sufrimiento? ¿Cómo es posible que se gaste tantísimo dinero en buscar agua o vida en otro planeta cuando en este no la cuidamos? ¡El desenfoque es terrible!
El único lugar en donde el sufrimiento nace, crece y se reproduce es en nuestra mente. No estoy hablando del dolor biológico, por así decirlo, que se encuentra en la naturaleza misma de la vida, sino de la manera exagerada en que nuestra mente matiza la existencia, ya sea que padezcamos dolor o no. No estar en el aquí y ahora, sino en el pasado o en un futuro ilusorio, es una de las causas más importantes de nuestra infelicidad y de la pérdida de tiempo.
Los estudios que realiza la OMS indican que todos los acontecimientos significativos son factores estresantes, producen sufrimiento (no dolor), predisponen al individuo a padecer trastornos mentales y esto tiene estrecha relación con enfermedades físicas como la diabetes, los trastornos cardiovasculares y la obesidad, entre otras. La tristeza, la angustia, el miedo, la ira son sentimientos que cuando se presentan de manera cotidiana afectan la salud de las personas. Aquellos que tengan estos sentimientos crónicos serán presa fácil de la enfermedad.
Tanto en países pobres como ricos, entre 20 y 30% de sus pobladores padecen disfunciones mentales o de comportamiento. Tan solo en México 50% de los pacientes de los servicios de medicina general o interna que llegan por dolor, en realidad están sufriendo más por problemas psicológicos que físicos.